Por un lado me abruma la cantidad de servicios de los que disponemos en Internet de forma aparentemente gratuíta y por otro lado me asombra que a veces seamos demasiado ingénuos con su uso.
Si me paro a pensar en la cantidad de programas y plataformas que utilizo en mi vida diaria sin un pago de dinero directo por ellas la lista es grande.
No pagamos por el uso de Twitter, ni de Facebook, ni de GooglepLis, ni para buscar en Google, ni por acortar URL en los múltiples acortadores. Tenemos de forma gratuíta espacio en la nube suficiente en numerosas plataformas para que un usuario medio no tenga que contratar espacio adicional. Ninguna d elas maravillas de la innovación que Google va poniendo en nuestros escritorios nos cuesta dinero.
En nuestro móviles tenemos sistemas de mensajería gratuíto (¿cuántos sms hemos ahorrado estas navidades en favor de mensajes en redes sociales o «whatsapps»?), voz sobre IP gratuita e incluso video conferencias.
Podemos convertir archivos on line de forma gratuita, publicar y compartir archivos de casi cualquier extensión teniendo organizados el audio, el vídeo, las imágenes, los textos y los libros…
¿Pero es realmente gratis?.
Mi amigo Joaquin Herrero (@joakinen) dice muy acertadamente en sus cursos sobre redes sociales: «En todo servicio que no se paga no podemos decir que somos clientes, ya que realmente somos la mercancía que se vende».
Y es cierto. Se venden nuestros datos, nuestros gustos, nuestra tendencias, nuestros deseos y nuestros miedos. Se venden nuestras aficiones. Vendemos sin quererlo a nuestros amigos a través de máquinas que nos piden más y más (señala a quien crees que le puede gustar, envía esto o lo otro a tus mejores amigos…).
Y mientras tanto los robots haciendo minería de datos y elaborando tendencias y concluyendo que a las mujeres soletras de un cierto intervalo de edad de una región determinada les gusta determinada marca de chocolate… y lo bueno ( o lo malo) es que con una muestra de millones de indivíduos se pueden llegar a cruzar miles de variables y llegar a sacar conclusiones muy cercanas a la realidad.
Me resulta curioso ver que en los márgenes de publicidad de cualquiera de estos servicios cada vez se afina más con mis gustos y prferencias tanto en ocio, tipos de viajes, lectura, música y ropa… ¿no será que estoy haciendo públicos y transparentes mis gustos a estas empresas?.
El motivo de esta entrada viene a raiz de un tweet de Rosa Taberner haciendo referencia al acortador Bit.ly. Pero no sólo bitly sabe qué vemos y opinamos… lo saben todas las empresas que nos ofrecen servicios gratis… a cambio de algo.

Podéis acceder al enlace al reportaje que se refiere aparecido en la Revista Quo.
Pero no se trata de malos o buenos, posiblemente es que nadie nos ha explicado lo suficiente las reglas del juego. La publicidad dirigida tiene también sus ventajas para el consumidor ya que en un mundo donde el número de servicios u objetos que se pueden vender es tan elevado, personalmente puedo agradecer que me ofrezcan información específica a mi perfil de consumidor… pero ¿alguien nos explicó las reglas de este juego?
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